Pensando en voz alta: ¿Qué valoro en un videojuego?

Pensando en voz alta: ¿Qué valoro en un videojuego? 2

Criterios para valorar una obra hay muchos. Por lo general cada persona tiene unos cuantos, y luego están los generalmente aceptados. Y yo no soy la excepción, pero si me paro a pensar en qué tienen en común mis obras preferidas, esas que antepongo a todas las demás, que disfrutaría una y otra vez sin cansarme, lo tengo claro; me han gustado de niño y lo siguen haciendo ahora.

Eso es lo que tienen en común mis películas, libros y videojuegos preferidos. Eso es lo que tienen en común films como Parque Jurásico, Space Jam o En Busca del Arca Perdida con libros como El Guardián entre el Centeno, La Historia Interminable o Los Últimos de la Tierra o con juegos como Phantasy Star Online, Deus Ex o After Burner II.

Soy plenamente consciente de que algunas de esas obras serán vilipendiadas por los críticos, de que poner al mismo nivel a Space Jam que a La Lista de Schindler, Casablanca o 12 Hombres sin Piedad puede suponer para algunos un crimen horripilante y de que quizás mi criterio sea tachado por más de uno de NO válido. También sé que muchos dirán que simplemente me estoy dejando llevar por la nostalgia, risueño como un colegial. Pues en mi opinión todos ellos se equivocan, ninguno tiene ni puta idea y mientras sigan con esa mentalidad jamás sabrán lo que es disfrutar de verdad con una peli, un juego o un libro.

La inmensa mayoría de las veces que he retomado obras de mi infancia o adolescencia me he llevado una desilusión tremenda; Oliver y Benji son los peores dibujos que he visto, lo mismo para Alf o Blossom. Los libros de Los Cinco de Enid Blyton o los de Pesadillas de R. L. Stine son infumables. Y no es que yo fuese malo, es que el control de Sonic 3D es un cáncer y si hasta en Hobby Consolas pusieron mal al Floigan Brothers de Dreamcast fue por algo.

Eso es lo que suele pasar cuando vuelves a algo que te gustó en otra etapa de tu vida; que te llevas un chasco. Lo que realmente sucede es que de crío me entretenía con un palo y ahora comprendo que no hay nada intrínsecamente divertido en la acción de sostener un pedazo de madera fino y alargado… y sin embargo de vez en cuando todavía salgo solo a mi jardín, cojo una pelota y me pongo a dar toques o a intentar colarla por la V que forman los dos troncos de una palmera (el fútbol funciona por eso y no porque el Madrid se gaste 100 millones al año en fichajes, porque el juego es antes que la industria).

Eso es lo que tienen en común todas esas obras de las que hablaba al principio: la emoción que sentí con seis años sentado en un cine cuando se escuchó un temblor y aparecieron ondas en el agua porque se aproximaba un tiranosaurio  es una sensación que Parque Jurásico sigue consiguiendo transmitirme tras 18 años y unas 200 visualizaciones (es un cálculo aproximado basado en datos empíricos, pero aun así es probable que la haya visto incluso más veces). Aunque ya no se pueda jugar online, cada vez que me da por volver a echar una partida a Phantasy Star en mi Dreamcast me tiro días enganchado mejorando a mi personaje y flipando con sus millones de detalles como si fuese el primer videojuego que pruebo. Cada vez que vuelvo a leer El Guardián entre el Centeno me lo vuelvo a acabar casi del tirón y a sentir igual de identificado con Holden Caulfield pese a que mi situación ya no se parezca en nada a la suya.

A menudo nos quejamos de que ya no se hacen juegos/música/películas/etcétera como los/la/las/etcétera de antes. Yo pienso que no es un problema de las obras sino de nosotros mismos, que ya no somos capaces de divertirnos con un palo. Yo ya no puedo ponerme a disfrutar de un juego dejándome llevar sin más, ya no sería capaz de disfrutar con un mal juego como lo hice con el mencionado Floigan Brothers y cuando caiga en mis manos un nuevo juego del calado del primer Deus Ex probablemente sea incapaz de pasármelo tan bien con él como lo habría hecho hace diez, quince o veinte años.

A veces pienso en cómo de pequeño me fascinaba comprobar como mis acciones con el mando de la consola tenían repercusión con lo que sucedía en pantalla y cómo con eso me bastaba. Obviamente no lo recuerdo realmente, pero me imagino que así debió de ser el momento en que me empezaron a gustar los videojuegos. Recientemente viví el proceso desde fuera: me encontraba jugando a Fez y mi prima de un par de añitos se paró delante del televisor atraída por el aspecto de dibujos animados del juego. Se me ocurrió darle el mando y enseñarle como sus pulsaciones generaban sucesos en el mundo del juego y hubo un momento en que debió de haber una especie de click en su cabeza al asimilar el funcionamiento. No os imagináis el grado de ensimismamiento, concentración y fascinación que alcanzó, y lejos de aburrirse al rato hubo que quitarle el mando y ahora siempre está queriendo jugar (procuremos entre todos que su madre no sepa jamás de la existencia de este texto).

Esa fascinación por el simple hecho de estar jugando y que el juego funcione, por ver una película reproducirse en una pantalla  o por conocer una historia a través de letras es lo que alimenta a la propia obra dotándola de una magia que realmente no tiene. Y dicha fascinación, como es lógico, se va perdiendo con los años. Súmale la evolución de tus gustos y tu “criterio” y de ti en general y tendrás la explicación de por qué la mayor parte de  las cosas que te gustaron de pequeño ya no lo harán. Pero hay obras que seguirán haciéndolo, y esas son las que de verdad valen la pena.

Como he dicho con los años se pierde la posibilidad de ser sorprendido de esa forma, pero de vez en cuando algo nos recuerda aunque sea levemente aquella sensación. Y eso es lo que yo busco en una película, eso es lo que yo busco en un libro, eso es lo que yo busco en un videojuego. Me importa un bledo lo bueno o malo que sea objetivamente; si no consigue alcanzar ese grado de satisfacción que hace que los disfrute de verdad, sino consigue gustarme subjetivamente, no tendrá nada que hacer.

Me di cuenta el otro día, bloqueado totalmente intentando escribir sobre Darksiders. Al final me salió uno de los peores textos que he escrito en Nivel Oculto. Y el motivo es que intentaba justificar el recomendar tan encarecidamente un juego muy deficiente en muchos aspectos. ¿Cómo os explico que disfruto, y creo que disfrutaréis, mucho más con un juego lleno de fallos que con otros mucho más “redondos”?

El otro día meditaba sobre la narrativa en los videojuegos cuando me di cuenta de que muchos de mis juegos preferidos estaban en inglés… y me los jugué cuando no entendía ni papa de dicho idioma. A veces quizás piense en el futuro de los gráficos ignorando que me lo paso genial con Quake 3 mientras Crysis me parece un tostón considerable. Y así con muchos otros ejemplos. Entonces ¿Qué hay que valorar en un videojuego?

Jugaré a los juegos y escribiré análisis sobre ellos intentando posibilitar al máximo que te hagas una idea de cómo es y cuánto te puede gustar. Pero que al final del texto aparezca el sello de Recomendado o que sea uno de los 1.001 videojuegos que debes jugar jamás tendrá absolutamente nada que ver con ello sino todo lo contrario; esas etiquetas tendrán que ver exclusivamente conmigo, con mi experiencia, con los recuerdos que me haya despertado o con los que crea que me puede despertar dentro de otros 15 años. Eso y sólo eso será lo que valore y tenga en cuenta.

Lo prometo. 

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