Quiero ser un NPC, pero no cualquier NPC, quiero ser una felinesa perdida, rescatada por un niño aventurero y soñador, un eslabón más del reino de Evan, un fragmento preciado dentro de su utopía.
Ni no Kuni 2: El Renacer de un Reino es, en esencia, un cuento de hadas en su expresión más pura. Su comienzo resulta algo oscuro en comparación al primer Ni No Kuni que había sido desarrollado en colaboración con Ghibli, pero pronto se despliega ante nuestros ojos el cuento. Los colores planos en tonos pastel que tiñen su mundo, el acabado en cel-shading de sus personajes que los acerca a una película de animación, los modelos redondeados incluso de los villanos, la división en capítulos de su historia y la presencia de un narrador que nos introduce a cada uno de ellos ayudan a reforzar la fábula infantil que es este juego. Como toda buena historia ficticia, sus bases siempre se sustentan sobre elementos de la realidad que el público de la obra pueda, en mayor o menor medida, reconocer. El mundo está en guerra, las naciones se odian, y el heredero al trono de Cascabel ha sido derrocado por un grupo de ratones. El príncipe ahora tiene que ser rey, y para ello necesita un lugar sobre el que gobernar. Evan Pettiwhisker Timoteo es el protagonista de este cuento. Es un niño rubio, de ojos azules, con orejas y con cola de gato. Es tierno porque se parece a un gatito, pero por encima de todo porque su objetivo es la paz universal uniendo a todas las naciones. Me enternece porque su sueño no puede ser más infantil, porque me recuerda al día de la paz en el colegio, cuando todo era más simple porque yo también lo era. Para lograr su monarquía utópica, Evan primero necesita construir su reino, y para que su reino prospere necesita habitantes. Aquí es donde nace la auténtica fantasía.
Aunque seguimos estando ante un RPG, el elemento clave que añade El Renacer de un Reino frente a La Ira de la Bruja Blanca es la gestión del reino de Estivania. Y no la destaco por lo adictiva que resulta, por lo satisfactorio de ver subir sus cifras, la destaco, de nuevo, por su simpleza. Hay una gran belleza en reclutar nuevos NPCs para el reino. No son originales, son arquetipos, son un número más y un recurso, pero su forma de vida es el sueño de cualquier adulto, o al menos es mi sueño una vez desencantada con lo que hay ahí fuera. El juego posiblemente quiera que disfrutes de la fantasía de poder al ponerte en la piel de un niño-gato explorador, pero mi mayor deseo no es convertirme en el rey de un nuevo mundo, ni siquiera lo es matar dragones en lugar de labrar, mi aspiración es una mucho más humilde.
A medida que Evan descubre territorios inexplorados se cruza en su camino con diversos personajes; algunos de ellos se quedan entre la multitud de las calles, en bosques perdidos, pero otros van más allá. Cuando Evan logra hacer entrar en razón al líder de cada nación para que firme el tratado de paz, se abren nuevas posibilidades de interacción entre sus habitantes. A veces descubrimos que estos NPCs no están satisfechos con sus vidas allí donde se encuentran, que quizá buscan algo mejor, que necesitan una nueva oportunidad o seguir creciendo en otro sitio, entonces se dan cuenta de que el reino de Evan podría ser la respuesta a sus inquietudes. Otras veces es el mismísimo rey de Estivania quien se ofrece a darles una vida ¡y un trabajo! en su propio reino. Se plantea esta posibilidad de una manera tan fácil como preguntándoles: «¿Te gustaría mudarte a mi reino?» Y obviamente los personajes se lanzan encantados. El propio rey te pide a ti, un sucio mortal, ¡después de hacer varios recados para convencerte!, que asciendas y vayas a trabajar a su reino, a una gran nación de paz que tiene una filosofía con los principios más puros que existen, que vivas junto a una comunidad diversa, en un lugar de ensueño en el que todos sonríen y están felices con lo que hacen porque su labor es indispensable, porque todos sus habitantes son necesarios para el desarrollo y progresión del reino, porque esas estadísticas no se van a llenar solas y cada persona importa, y encima se dedican a lo que quieren: hay quien nació para ser costurero, hay hábiles luchadores, pero también hay pescadores que desean ser herreros o jardineros que prefieren ser magos, o científicos que son estupendos en el ocultismo y también en la religión.
Recuerdo con cariño al gato que quería ser panadero. Evan le abrió las puertas de su reino para que empezara a cocinar en Estivania y así Salem empezó a colaborar con el rey para preparar platos únicos de todas las regiones del mundo. Pero también me vienen a la cabeza Elatos y Doratelo, dos niños celantes que buscaban ser algo más en un sitio diferente, pero uno necesitaba que su madre le diera permiso para emprender el viaje y otro que Evan le diese el empujón necesario para hacerlo. Si yo perteneciese a Ni No Kuni, sería una felinesa que habría acabado en Canghái —porque me gustan las orejas de gato y la gran ciudad—, estaría en el puente rojo bajo las luces de neón en un descanso, y Evan vendría a mí. Le diría que quiero un flan ostentoso —no iba a dejar de ser golosa por estar en un videojuego—, y cuando me lo diera le confesaría que Canghái no es suficiente, que no me hace feliz, entonces él me ofrecería Estivania.
Siendo Estivania así de mágica, ¿cómo te vas a negar?, ¿cómo no vas a tener un fuerte sentimiento de pertenencia una vez formes parte de ella? Sin importar tu procedencia, ya seas una adulta que quiere cambiar de aires para afrontar nuevos retos profesionales o una niña sin experiencia, en Estivania te dan una oportunidad para desarrollarte en una próspera nación emergente simplemente porque eres buena en algo o porque tienes el deseo de serlo. Por eso Ni no Kuni 2: El Renacer de un Reino es el mayor cuento de hadas jamás contado, por eso quiero ser un NPC invitado a vivir en el reino de Evan Pettiwhisker Timoteo.