El locutor me da la bienvenida a un nuevo programa nocturno tras sonar unos compases compuestos por David Lynch. El paralelismo con Lost Highway es tan evidente que ni siquiera merece la pena comentarlo. ¿Soy yo el que sintoniza la radio o se ajusta ella sola? Realmente da igual, porque mis ojos están fijos en una carretera infinita en la que me encuentro más solo de lo que he estado nunca jamás. Coches en el horizonte, aunque siempre lejos de mí. La luna y el trayecto delante, y yo preguntándome de nuevo qué hago conduciendo. Para mí esto es una anomalía: casi ya en la treintena sigo sin haber aprendido a llevar un coche y probablemente tardaré un poco más. Y sin embargo, ahora en la carretera, es como si llevara toda la vida ahí.
Concentrado en la música y el asfalto, prisionero de un trayecto en el que lo único que puedo decidir es si cambiarme de carril o variar la velocidad. Pero no puedo parar, ni tomar las curvas a placer. Sólo seguir adelante. Hay algo de irrealidad en este mundo de carriles infinitos, en la forma de avanzar el tiempo en el reloj y el parpadeo de mis ojos. ¿El autoestopista que recojo es real, o es mi imaginación haciéndome compañía? Hablamos sobre la infancia, sobre la divinidad de uno mismo y sobre el sentido de las cosas. Me fascina mi capacidad para inventarme una conversación así a altas horas de la madrugada.
Mi primer compañero de viaje se despide y vuelvo a quedarme sumido en mis pensamientos. ¿Qué coño ha pasado? Sigo conduciendo encandilado por una música hipnótica, onírica. Es la banda sonora que Devin Vibert ha preparado para mi viaje. ¿Hacia dónde voy? ¿Por qué me aferro a la carretera y sigo con este trayecto que no se dirige a ninguna parte? ¿Es así como se siente la gente que conduce en medio de la noche? No lo sé, pero me quedan varios autoestopistas a los que recoger mientras la realidad se desmorona a mi alrededor. El código fuente del mundo parpadea, resonando con la extrañeza de este espacio extraño en el que he acabado. Creo que ya sé dónde me encuentro: en el espacio liminal descrito por van Gennep, a medio camino de mi nuevo ser. Sigo reflexionando y hablando conmigo mismo, porque la alternativa de que mis acompañantes sean reales es menos acogedora para mi cabeza. Sigo pensando en las estrellas y la humanidad, esforzándome por mantenerme despierto.
¿Por qué estás conduciendo?
El tiempo se ha difuminado a mi alrededor y ya no estoy seguro de que lo que marque el minutero sea verdad. Las luces enfocan el suelo y mis ojos están fijos en el horizonte mientras mi último compañero me pregunta de nuevo por qué estoy conduciendo.
Si tan sólo dejaran de preguntármelo podría intentar responder…
Está claro que en Glitchhikers, más que un mensaje o que una idea, existe una emoción, y estoy seguro de que es lo que ahora mismo estoy experimentando. Son los ojos nuevos, pero cansados, del viajero nocturno. Es la irrealidad cotidiana que sólo nos puede dar la falta de sueño y la carretera, que tanto cambia cuando falta la luz.
En el fondo actúa como la poesía, apelando a la emoción, y su propio contenido se difumina a medida que la carretera y yo acabamos siendo lo mismo.
Así que ahora mismo siento todo eso, viajo durante medio segundo en el coche primigenio de Silvestring Media y entiendo el sentimiento de naufragio. Que todos somos islas en medio de la oscuridad y que sí, estamos totalmente solos.
Y quizá, ahora sí, sabría decir por qué estoy conduciendo.
Conduzco porque…