Columna: Elden Ring y la (posible) III Guerra Mundial

Columna: Elden Ring y la (posible) III Guerra Mundial 5

El ser humano se transformó en humano cuando aprendió a imaginar. Pintamos bisontes en la roca, creamos ritos y ceremonias, atribuimos propiedades mágicas a todo cuanto poblaba el planeta, sus mares, sus cielos, sus bosques, sus montañas y llanuras. Más tarde inventamos el teatro y nos atrevimos a soñar otras vidas, a reconocernos en ellas y a purgar nuestras afecciones, en el sentido más aristotélico de la expresión.

Desde entonces, jamás pudimos abandonar la ficción y nos embarcamos en grandes e inimaginables aventuras, confundiendo gigantes con molinos, atravesando el infierno mismo para encontrar a Beatriz o surcando los confines del espacio a bordo del Halcón Milenario. La ficción se convirtió en refugio, pero también en algo más: una estrategia social y cultural que nos permite plasmar otras realidades para, así, comprender mejor la nuestra.

De esta forma, y casi sin darnos cuenta, la realidad se fue llenando de ficción, así como un cántaro se llena de agua fresca. Pero, en algún momento, la línea invisible que separa ambos mundos terminó por desvanecerse, posiblemente para siempre. Para alguien como yo, nacido a mediados de los años 90, el primer momento en el que realidad y ficción colisionaron fue el 11 de septiembre de 2001. Simplemente no podía asimilar que aquello que estaba viendo en la pantalla fuera real. Parecía una película o, mejor dicho, un videojuego.

A partir de ahí, la ficción pasaría a formar una parte indivisible de nuestra vida, de nuestra propia realidad. Un par de crisis económicas después llegaría el Covid y con él, el fantasma del miedo, la sobreinformación y el infinito bombardeo de estímulos. No podíamos mirar la televisión, el móvil o hablar con los nuestros sin que, de forma inevitable, apareciese el omnipresente fantasma. La ficción, entonces, volvió a convertirse en un bunker donde poder guarecernos de los horrores que acechaban desde el exterior. Unos decidieron lanzarse a leer La Peste de Camus, otros a jugar a Animal Crossing y algunos a zamparse la filmografía entera de Fellini. Daba igual el medio, lo importante era el fin: refugiarnos en la ficción porque sabemos que allí dentro las leyes del tiempo y el espacio transcurren de otra forma totalmente diferente.

Ahora nos toca vivir otro momento histórico que, simple y llanamente, nuestro sistema cognitivo no está preparado para asimilar de forma saludable. Estoy hablando, por supuesto, de la guerra que se está desarrollando en Ucrania. A diario vemos imágenes que no querríamos ver bajo ninguna circunstancia, la inflación crece desbocada, el precio de los productos se dispara sin que, aparentemente, podamos hacer nada y, para colmo, de fondo retumban los tambores de una posible III Guerra Mundial, con las armas nucleares como plato principal.

 

Es, justamente, en este contexto donde aparece Elden Ring, la nueva obra de From Software. La invasión rusa de Ucrania dio comienzo el 24 de febrero, Elden Ring fue lanzado a nivel mundial al día siguiente, el 25 de febrero. Podría parecer una coincidencia casi cabalística pero, claro está, no lo es en absoluto.

«Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar» Franz Kafka

Mientras me dirigía al Game más cercano a recoger mi copia de lo nuevo de Miyazaki y compañía -sí, soy de los que todavía se apegan al formato físico-, no pude evitar sentirme alguien totalmente carente de empatía. Por un lado, no dejaba de pensar en todas las personas que, con poco más que lo puesto, se veían obligados a abandonar, tal vez para siempre, lo que hasta entonces había sido su hogar. Pero, por otra parte, me moría de ganas de adentrarme una vez más en la mente del genial diseñador japonés, dispuesto a experimentar de nuevo las sensaciones vividas en Lordran, Lothric, Yharnam o Ashina.

Lo cierto es que los juegos de From Software ya me habían acompañado en ciertos momentos difíciles de mi vida, especialmente la primera entrega de Dark Souls, la cual será, durante el resto de mi vida, una madriguera en la que refugiarme cuando afuera aprieta el temporal. Tal vez, por eso mismo, mi corazón galopaba desbocado mientras presenciaba la cinemática introductoria de Elden Ring.

Pocos minutos después, al abrir las puertas de Tumba Abandonada y contemplar por primera vez el Necrolimbo, tan solo pude abrir la boca de par en par, a pesar de haber visto esa imagen decenas de veces en los trailers y los gameplays de la beta. Frente a mí se extendían, casi infinitas, las Tierras Intermedias y tenía total libertad para explorarlas: un escalofrío recorrió la autopista que va desde mis pies hasta mi cabeza.

Cuando Melina me dio a Torrentera, nuestra fiel montura a lo largo de la aventura, me tomé un pequeño descanso. Abrí el móvil. En la ventana de notificaciones se sucedían mensajes y noticias. En todas ellas tan solo se hablaba de dos cosas, la guerra y Elden Ring. Mi mundo parecía totalmente dividido entre ambos temas. Entonces me acordé de la famosa cita que Kafka incluyó en sus diarios («Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar»), y pensé que, de haber vivido en nuestros tiempos, el escritor checo escribiría «Rusia ha declarado la guerra a Ucrania. Por la tarde jugué a Elden Ring».

Una vez más, el arte de la ficción se había presentado ante nosotros -los privilegiados, los que no sufren la guerra en carne propia- en forma de refugio. Durante estas espantosas semanas, las Tierras Intermedias se han convertido para muchos de nosotros en un lugar seguro, donde combatimos la amenaza irreal de los semidioses, tan alejados de las barbaries reales y tangibles que habitan nuestra realidad. Algunos podrán ver esto como algo pueril, absurdo e, incluso, despreciable. Pero si se miran en su propio espejo, comprenderán que no es en absoluto diferente a refugiarse en una telenovela, un reality show, una película, un libro o un directo de Twitch.

Muy posiblemente, los hombres y mujeres del siglo XXI recibimos en un solo día más estímulos e información que un habitante fenicio a lo largo de toda su vida. O, al menos, lo hacemos de otra forma, más inmediata, visceral, visual y sensitiva. A través de una pantalla, podemos presenciar el horror casi a diario y de forma totalmente simultánea, en riguroso tiempo real, sin que apenas tengamos opciones de evitarlo. Por supuesto, no quiero decir que tengamos que evitarlo, al contrario, tenemos que aprovechar la oportunidad que nos brinda nuestra época de ser conscientes de todo cuanto nos rodea, tanto para bien como para mal. No obstante y por esto mismo, quizás la ficción artística sea más necesaria que nunca antes, plantándose ante nosotros, casi de manera terapéutica, como una de las pocas vías de escape que tenemos frente a un mundo globalizado, encargado de dejar tras de sí un incontable reguero de ansiedades y depresiones.

¿Es hipócrita sumergirnos en un producto ficcional, sea cual sea, para tratar de aliviar los estímulos negativos y constantes que nos llegan desde otra parte del mundo? Esto, lector, tendrás que contestarlo tú, porque yo no lo sé. Tan solo sé que la ficción nos salva, desde siempre y para siempre. Y Elden Ring, más allá de sus infinitas virtudes, será recordado, al menos por mi parte, como el videojuego que me ofreció un cobijo emocional a las puertas de la (posible) III Guerra Mundial.

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