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El día que jugué a Polymorphus Perversity

El día que jugué a Polymorphus Perversity 1

Hace tiempo hablábamos en esta santa casa de Polymorphus Perversity un juego tan turbio que sólo te lo dan en sobre y a escondidas.

La idea de Nicolau Chaud era, tras Dungenoneer: Beautiful Escape (que ya se las trae), adentrarse en los rincones más sórdidos del alma humana, explorar a través de un jueguico del RPGMaker dónde estaban los límites en el tema de parafilias y demás cosas asquerosas que hace la gente no-decente en sus casas (¡o fuera de ellas!). El amigo Nicolau es psicólogo, como servidor, sólo que a mí nunca se me habría ocurrido meterme en esos mundos alejados del Altísimo.

Pero ay, amigos, que me debo a los lectores de Nivel Oculto: gente apuesta, gallarda, apolínea, hercúlea y con un criterio por encima de la media. Y no puedo huir de mi responsabilidad. Por vosotros me he sacrificado, he bajado el juego (es gratuito, aunque sospecho que habrá quien pague por él) y lo he probado. No volveré a ser el mismo.

El día que jugué a Polymorphus Perversity 3
En el juego manejamos a Silvio Berlusconi

La cosa empieza potente, con musiquita de película porno y el que será nuestro protagonista siendo interrumpido en mitad de su vicio onanista por un grupo de secuestradores…¡que lo arrojan a la isla del bungabunga eterno (cuyo nombre no recuerdo, y paso de volver a poner el juego, por favor)! Un lugar en el que no existen las restricciones, donde la raza humana se ha dejado de historias y está ahí, dándole al fuck sin remedio, como bonobos en celo.

El dichoso problema es que nuestro protagonista, que viene de un mundo de represión, es incapaz de sobrevivir a tanta lujuria. Su «barra de vida» es un miembro viril que va extendiéndose por la pantalla, y que de llegar a llenarse le hará morir. No, yo tampoco lo entiendo. La cosa es que para bajar su deseo tiene que hacer lo que sólo algunos gamers han conseguido: SEXO.

Al principio todo es risa y fiesta, casi literalmente. El argumento pretende ser simpático, debemos ir desfaciendo entuertos entre los habitantes de la isla y cumpliendo encargos para averiguar cómo escapar de la isla y volver al mundo real. Podemos trabajar en la mina o hacer de gigolós, sacando unas perrillas para comprar determinados objetos sexuales que podemos usar en los «combates», decoración para la casa, esclavos masoquistas (la casa tiene una jaula para eso)…

Incluso debo reconocer que el tema del combate está bien resuelto. Evidentemente, son encuentros sexuales donde debemos satisfacer a nuestra pareja, usando las técnicas que vamos aprendiendo al igual que los juguetitos. La cosa es que debemos medir tiempo y variedad de las técnicas que hacemos, a la vez que atender a la barra de resistencia (si se agota acabaremos exhaustos). Cuanto mejor lo hagamos, con una duración media y variedad (incluso encadenando combos), más experiencia y puntuación.

Pero llega el momento en el que acaba la bromita de patio de colegio con los amigos y llega la depravación. Cuando llegas a un enemigo final que tiene un enorme cipote y te amenaza con convertirte en su travelo esclavo empiezas a entender que no, que no es todo risa y fiesta.

El día que jugué a Polymorphus Perversity 4

Gerontofilia, bestialismo, sadomasoquismo, travestismo, mil fetichismos, COPROFAGIA…No es que sea un mojigato, pero ya llegaba un punto en el que el desagrado era más grande que las ganas de jugar y paré. Polymorphus Perversity nunca fue un juego para excitar al que lo juega, y con eso cumple: las sensaciones que va uno sintiendo están más relacionadas con el asco, la incredulidad y la repulsa que con la líbido. El concepto freudiano al que alude (polimorfismo perverso) queda bien retratado: el personaje va viendo cómo su identidad sexual se disgrega, desaparece hasta que sólo queda el impulso, el sexo por sexo, sexo con lo que sea, búsqueda de placer en todo lo que tiene a su alrededor. Impulso, eso sí, tremendamente centrado en la sexualidad masculina y que deja de lado a la mujer.

La validez del concepto es discutible (es cero, pero no voy a ponerme a cargar contra el psicoanálisis aquí), pero vale, queda bien retratado. El juego incluye fantasías sexuales que ha mandado la gente, imágenes pixeladas de voluntarios…Y según su creador, empezó siendo una especie de exposición de la sexualidad humana sin límites, pero se ha transformado en otra cosa. Todavía no tengo claro en qué cosa, pero sí sé que hubo un momento en el que ya era demasiado desagradable, demasiado banalizado.

Sea como sea, funciona un rato como curiosidad jugable, salvo en algunos momentos desesperantes para avanzar hasta la siguiente «misión». Lo que patina es el concepto, la idea detrás del título. ¿Qué pretende? ¿Es un tour por lo bizarro, un pateaestómagos desagradable, una reivindicación por la liberación sexual? ¿Qué es, amigo Nicolau? Servidor no tiene puta idea.