Análisis – Shin chan: Nevado en Carbónpolis

Análisis - Shin chan: Nevado en Carbónpolis 2
Fecha de lanzamiento
23 octubre, 2024
ESTUDIO
h.a.n.d., Inc.
EDITOR
Neos Corporation
PLATAFORMAS
Windows, Nintendo Switch

Llevo una temporada en la que dentro del videojuego me debato constantemente en salir de mi zona de confort o regresar de lleno a ella rejugando títulos que he terminado varias veces. Es un círculo algo problemático porque constantemente me enfrento a esa arqueología de la nostalgia que se enfrenta a las nuevas propuestas en las que la comparación de sensaciones siempre resulta tan tramposa como odiosa. Shin chan: Nevado en Carbónpolis ha sido una de esas nuevas experiencias que he querido probar y el resultado ha sido un viaje tanto de la mano del conocido personaje, como a través de mi propia disposición actual con el medio.

No soy en absoluto fan de Shin Chan. Evidentemente lo he visto alguna vez y me suenan más o menos todos sus personajes, pero la obra de Yoshito Usui nunca ha estado entre mis oraciones. Mi acercamiento por tanto a Shin chan: Nevado en Carbónpolis no ha sido a través del interés por el personaje, por la serie o cualquier otra disposición similar, sino que he entrado exclusivamente a través de lo que yo pensaba que era su propuesta. Como tantos otros, fui uno de los que se quedó prendado de la belleza y la calma que transmitían las imágenes y vídeos de Shin Chan: Mi verano con el Profesor. Un título al que no jugué, pero del que me harté de ver vídeos en redes y quería saber si esa sensación continuaba en esta nueva aventura de Shinnosuke.

En esta ocasión, la familia Nohara viaja a Akita, el pueblo natal de Hirosi por motivos de trabajo. Allí, rodeado de su familia y por supuesto su fiel amigo Nevado, nuestro protagonista irá descubriendo una considerablemente grande zona rural repleta de personajes, pequeñas cosas que hacer y que incluso contiene una vertiente de fantasía que funciona mucho mejor de lo esperado. Esta disposición inicial con el entorno nos deja claro desde el primer momento el ritmo del juego. Un ritmo pausado, como uno de esos días de verano que parecen no terminar nunca, en los que cada localización nos ofrece un nuevo descubrimiento, una nueva mecánica o un nuevo amigo o personaje. Básicamente, Shin chan: Nevado en Carbónpolis nos invita a ser un niño en vacaciones, aunque sin olvidar que esto es un videojuego, así que también seremos un héroe.

Nuestro listado de cosas que hacer pasa por la recolección de insectos, crear inventos, cuidar del huerto, desbloquear localizaciones o incluso correr en vagoneta o ayudar a la dueña de un restaurante a crear sus menús. Esta acumulación de posibilidades junto a la extensión del mapa y un ciclo día y noche que nos obliga a realizar las actividades durante un periodo determinado podría dar lugar a una sensación de urgencia que rompiera con la dinámica de laxitud veraniega, pero de alguna manera mágica consiguen que se encuentre presente sin que resulte agobiante. Todo lo que hacemos en Shin chan: Nevado en Carbónpolis se siente cálido, amigable y lleno de cariño tanto por el personaje como por lo que se trata de transmitir durante la aventura. El mejor ejemplo de esto puede encontrarse al final del día. El título contiene un ciclo día-noche en el que a lo largo del día avanzaremos en nuestra aventura y después tendremos que regresar a casa a cenar con la familia y dormir. Esto, que al principio se siente como un corte en el desarrollo narrativo, se convierte según avanza el juego en algo que comienza a dar “gustito”, pues hay algo, no sé si llamarlo natural o cotidiano, en ver cómo tanto Shin Chan como su hermana Himawari descansan plácidamente después de un día lleno de aventuras mientras se desarrolla una escena en la que uno de sus progenitores habla sobre ellos con cariño. Una decisión, a priori corta-rollos, que sin embargo actúa como un pilar maestro en este armazón de relax con el que se ha tratado la propuesta.

Por supuesto, nada de todo lo comentado tendría tanta fuerza sin el empeño del equipo de desarrollo por trasladar la belleza de un verano interminable en cada una de sus localizaciones. Akita es simplemente precioso. Uno de esos lugares en los que apetece quedarse para siempre, donde todo es hermoso y de alguna manera, nuevo. Incluso cuando el juego se adentra en el terreno de la fantasía, donde los escenarios dan un cambio drástico y corre el riesgo de perder el equilibrio, el título se las apaña para seguir emanando esa sensación de placidez y ternura manteniendo un singular encanto. La clave quizás se encuentre en que la mirada a todo lo que nos rodea siempre es la de nuestro protagonista. Una mirada que a pesar de ciertos elementos heredados de la obra original que pueden rascar un poco en el contexto actual, consigue decantar su balanza hacia su lado más naif.

Shin chan: Nevado en Carbónpolis no es en absoluto el juego que esperaba jugar, pero ha sido el juego que necesitaba jugar. Un título que gracias a su ritmo pausado ha conseguido que yo también baje las pulsaciones, que consiga pararme a ver cada rincón de cada una de las localizaciones, que disfrute con cada juego de palabras de Shin Chan, de sus equivocaciones y de sus disparatadas interpretaciones de la realidad. Puede que la clave para que este tipo de títulos comience a interesarme sea simplemente reducir el tempo, plantear el compendio de mecánicas heredadas de infinidad de juegos de una manera que mi cerebro no se encuentre siempre alerta ante aquello que se supone que debería estar haciendo en vez de pescar mi enésimo salmón únicamente por el placer de ver de nuevo la animación correspondiente. O puede que sea la sensación de vivir ese verano que ya jamás viviré, donde el tiempo no corre, el sol luce sin calentar demasiado y siempre hay algo por descubrir. Sea como sea, Shin chan: Nevado en Carbónpolis es un sitio donde me ha gustado estar, así que supongo que ese es un buen resumen.

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