Hace tiempo sufrí maltrato psicológico. Fue lento y progresivo, y aunque han pasado años desde que corté los lazos que me unían a la persona, las secuelas todavía me golpean. Como muchas víctimas, no supe identificar lo que estaba sufriendo hasta que la reacción de un amigo me lo mostró. Desde entonces, he reflexionado largamente. ¿Cómo pude caer en esa red si conocía ya había apoyado y ayudado a otros a salir de ahí? ¿Cómo podía esa persona, que sufría tanto y parecía tener intenciones tan honestas, ser la responsable de hacerme tantísimo daño? ¿Cómo esquivé a tantas personas horribles, y fue esa la que me enganchó?
Con el tiempo, lo entendí. Lo hizo porque al contrario que otros monstruos más evidentes, esa persona no lo parecía. Tan simple como eso. Fue una lección que espero no olvidar jamás: muchas de las personas que más sufren pueden ser las que hagan más daño, porque sus decisiones destructivas nacen de ese dolor. Para personas empáticas como yo, ese dolor nos atrae como luciérnagas. Sentimos lo real que es, empatizamos con las víctimas que lo sufren, y así, nos ciega ante lo que parece evidente desde la distancia.
Joel, protagonista de The Last of Us, ya era un un personaje divisivo antes de la serie de HBO y el debate sobre su final. Lejos del héroe clásico capaz de sacrificarse por el bien común (que tanto nos cansaba en el lejano 2013), los jugadores se toparon con un personaje complejo en su sencillez, capaz de tomar decisiones despiadadas con un propósito concreto y esencial: protegerse del daño que ese universo hostil podía hacerle. No tardamos en descubrir los crímenes que comete, y no podíamos culparle de hacerlos. Conociendo su contexto, mantener una moral simplista en un mundo tan duro como el suyo es imposible. Es la base de las narrativas post-apocalípticas: reducen el contexto a lo personal e inmediato desde la perspectiva del presente, donde lo íntimo es el último reducto de la esperanza. Joel no es un maltratador y por eso se gana nuestro corazón: vemos cómo elige cuidar a quienes le cuidan, cómo puede empatizar con los demás y les ayuda a tomar la mejor decisión. No le desea el mal a nadie, así que sabemos que no es malo. Sólo se defiende, y ahí es donde comienza a confundirse la explicación con la justificación, donde la defensa se torna en ataque, y donde lo moralmente correcto comienza a difuminarse.
O al menos, así le vemos en la serie. Sin embargo, en el juego el proceso inmersivo es aún mayor a través de la avatarización. No vemos a Joel reaccionar a lo que sucede, sino que durante la mayor parte del tiempo somos nosotros quienes reaccionamos, atacamos, nos defendemos y acompañamos. Vemos cómo su vida se rompe cuando Sara muere en sus brazos, atascada en ese momento durante más de veinte años. Contemplamos cómo se endurece y no le culpamos por defenderse en un universo de depredadores y presas. Le acompañamos cuando acoge el propósito de llevar a Ellie, no como una persona, sino como la carga que necesita transportar si quiere mantener esa vida distante, la única que conoce a salvo del dolor que le destrozó para siempre.
No es un psicópata. Es alguien que toma decisiones difíciles en un contexto dificil, y sabemos que no podemos juzgarle sin entender que nosotros haríamos lo mismo. Simpatizamos porque hemos sufrido, y porque sabemos que a veces, dejar de sentir es la única forma de sobrevivir. Por eso sonreímos cuando muestra cierto vínculo con Bill, cuando empatiza con las otras víctimas de la tragedia colectiva que arrasó su vida, o cuando se disculpa ante Sam porque casi le mata, sí, en defensa propia. Vemos cómo su coraza se desmorona frente a Ellie conforme nosotros empezamos a apreciarla. Ellie es la esperanza de volver a sentir, y aunque Joel intenta evitarlo, acaba rindiéndose a lo evidente: su vida sólo puede seguir adelante si se permite amar y si se abre al dolor que llegará si ella se va. Sólo que esta vez, Joel no está dispuesto a perderla, porque se perdería con ella. Por eso le acompañamos aunque diga que no es su padre, ni ella su hija. Ellie no es perfecta, Joel no es perfecto, y tampoco lo somos nosotros. Nadie lo es, y debemos aceptar esa realidad para ser felices y alcanzar algo mejor. El mundo es peor, los monstruos que hay ahí fuera son peores, y merecemos sobrevivir. Aunque debamos ser aún más despiadados. A veces, no tenemos elección.
Por eso seguimos y estamos ahí cuando Ellie se queda sola, sufrimos con ella cuando no tiene a nadie más que la proteja, y masacramos el pueblo con Joel porque por encima de todos ellos, protegeremos a nuestra niña. Pero no podemos. Cuando llegamos, ella ha pasado por un infierno que la marcará para siempre. La abrazamos, y sólo queremos que vuelva a sentirse protegida, que no se pierda a sí misma en esa marea de violencia y dolor. Pero por mucho que Joel lo intente, no es más que un padre, y ningún padre puede proteger a sus hijos de las crueldades del mundo. Así que seguimos, intentando ser un apoyo firme y sacarle una sonrisa porque no queremos que el trauma le aplaste como lo hizo con nosotres. Hasta que llegamos a las jirafas, y nos rompemos. Ahora sabemos quiénes son. Sabemos por lo que han pasado. Queremos que se queden a vivir ahí, en ese instante de belleza y esperanza, que se salven de un final que les destrozará como lo hace todo en ese mundo hostil e implacable. Les queremos. Son lo mejor que conocemos, lo que más merece la pena proteger. Por encima de ellos, pondríamos al mundo entero.
Y lo hacemos. Cuando Joel masacra el hospital, está exterminando el futuro de la humanidad. No hay vuelta de hoja. Millones de personas a cambio de una sola. Sabemos que no es la decisión adecuada. Sabemos que esos millones también aman, y que el acto es atroz, el mayor genocidio pasivo de nuestra historia. Sin embargo, empuñamos el fusil. La disonancia cognitiva crece en nuestra mente como el cordyceps, haciendo suya nuestra voluntad mientras manejamos a nuestro avatar en una escalada de violencia injustificable. Quizás sentimos desprecio hacia el acto y lo completemos porque queremos ver el final de la historia, o intentemos justificarnos y nos abrimos paso hasta Ellie porque el mundo será enorme, pero si ella muere, nuestro mundo muere con ella. Salvarla es el acto más egoísta imaginable, uno que nos convierte en el responsable directo de ser los últimos humanos en la Tierra, y muchos defienden que harían lo mismo en su lugar. La avatarización nos ha envuelto con la increíble empatía que el videojuego puede lograr, porque si nosotros lo hemos hecho y es algo terrible, pero lo entendemos, ¿no podría ser justificable? Queremos defendernos, porque sentimos lo que Joel: haríamos cualquier cosa por quienes salvar a amamos, por inmoral que pueda parecer.
Les creo. Quizás yo también lo haría, aunque crea y quiera creer que no. Entiendo que le defiendan y argumenten que no es un villano, porque entendemos que no quiere hacer el mal. Quiere sobrevivir, tocar la guitarra y cantar junto a su hija, amar y ser amado. Pero la simpatía y el amor no implican la ausencia de maldad, sólo lo sesgado de nuestro juicio. Su contexto lo explica como explica las malas decisiones que hemos tomado, pero no lo justifica como no lo hace con quienes sufrieron injustamente y continuaron los patrones de violencia, sintiéndose tan víctimas como sus maltratadores. Por eso, para mí no es un antihéroe, ni tampoco alguien de moralidad ambigua, sino compleja y entendible, pero terrible. Es un monstruo cuya brutalidad nace del amor que siente y sintió, y de su incapacidad para aceptar otra pérdida más.
A veces, del amor y el dolor nacen los peores monstruos.