Behind Every Great One, todos los días son 8M

Behind Every Great One, todos los días son 8M 5

Deconstructeam nunca dan puntada sin hilo. A lo largo de su carrera, el equipo detrás del galardonado The Red Strings Club ha legitimado su postura desde una fuerte crítica social. Se podría decir, incluso, que más que desarrollar únicamente experiencias interactivas, Deconstructeam ensalza el término serious games, una nomenclatura debatible en su sentido literal, pero que abarca magistralmente temáticas sociales, políticas, educativas y críticas sin perder de vista que son videojuegos. El estudio, no contento con entretener o regalar gráficos, transforma sus títulos en obras que mucho tiempo después no pierden su actualidad ni vigencia. No son únicamente productos de un tiempo. Lo son del sentido de la vida. Si el equipo es célebre en ese aspecto es por el ademán con que envuelve a su obra y acerca los serious games a un público mayor, puesto que la apariencia no revela sus intenciones, que penetran en el jugador antes de percibirlo. En la pantalla, los gráficos pixelados cumplen a la perfección con su papel a través del diálogo, y es nada más y nada menos que, a mi parecer, el de remover el sistema de creencias de la persona que está a los botones del videojuego. Dice Jordi de Paco, diseñador narrativo y uno de los miembros de Deconstructeam, que el secreto reside en equivocarse. También en destruir para construir, no lo olvidemos.

Behind Every Great One es el resultado de la Ludum Dare 42, una gamejam que tuvo como temática central Running out of space (“quedarse sin espacio). El que iba a ser otro de los experimentos del equipo logró tal asombro que acabó lanzándose en una versión más pulida en el portal itch.io. En apenas unas horas las críticas llovieron a mares. La mayoría coincidían en algo: Deconstructeam había roto el molde con un juego que escondía bajo su apariencia sencilla toda una declaración de intenciones en la línea del estudio. Una mujer, Victorine, ama de casa, protagonizaba un título de gestión que no llegaba a las dos horas de duración, pero que semanas más tarde seguía en boca de la comunidad. La magia del estudio de desarrollo se compartía en redes sociales, y muchos textos tildaron a Behind Great One de una experiencia que se debía vivir de forma individual.

En este caso la individualidad es un elemento esencial que se nutre de la empatía. Adjudicarnos el protagonismo de un perfil tan poco normativo en este ocio nos saca bruscamente de nuestra zona de confort y apela a un esfuerzo extra del jugador. Se puede hablar también de cómo el juego modela una falsa libertad, compuesta en su mayoría por qué faenas del hogar aceptamos, si hacemos un descanso antes de la irremediable crisis o interactuamos con unos u otros personajes, mientras en el fondo sabemos que esas cuatro paredes no son comparables a las cadenas invisibles que nos atan al hogar. Pero me parece aún más interesante destacar la división de posiciones que Behind Every Great One abanderó, ya que no solo derivan del mismo sujeto que las vive, sino de su nivel de concienciación. En nuestra sociedad no podemos obviar el grave problema de desigualdad que aún ahoga a un género en aras del otro. Por eso somos testigos mudos de que el tiempo y las fuerzas de Victorine (esta atípica protagonista en los estándares de la industria) son insuficientes para la carga física, emocional y psicológica que lleva a sus espaldas. Aunque nos esforcemos por ir de habitación en habitación clicando, ergo, realizando cada labor que podamos, e incluso tomándonos una parte del día para fumar o leer, el resultado es el mismo.

Es decir, no jugamos a Behind Every Great One para ganar o perder, pero nos sentimos como si siempre hiciésemos lo segundo irremediablemente, aplastados por el peso de la cotidianidad y el encierro. Las crisis de Victorine, indicadas por el descuadre y el color de la pantalla, son la punta del iceberg. Uno que afectará al jugador, porque bajo la superficie se esconde una rutina ponzoñosa que resquebraja a la protagonista y al mismo usuario. Cocinar, limpiar, regar las plantas, atender a Gabriel y estar atenta al sinfín de tareas de la casa mantienen a Victorine lejos de sus pasiones o hobbies, e incluso de su futuro. Nuestras decisiones la empujan a ello porque sentimos que es nuestro deber cumplir, es decir, dejar como una patena el hogar, olvidándonos incluso de nuestras necesidades tanto o más que cuando Victorine abandonó su vida por Gabriel y ahora escucha sus reproches.

Mencionando datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2016 se contabilizó un 79% de mujeres que se dedicaban a las tareas del hogar frente a solo un 34% de los hombres. Aunque hayan pasado casi tres años de esas cifras, no está de más recordar que este mismo año otro estudio arrojaba a la luz que las mujeres destinamos más de dos horas al cuidado de la casa en comparación al otro género. ¿Os suena? Victorine puede ser Laura, María o Sandra. Tiene tantos nombres como mujeres hay que siguen en la sombra de sus maridos y hogares. Por eso Behind Every Great One nos traslada al papel de meros sujetos pasivos clicando y vagando la casa, en un ciclo sin fin, y con el único objetivo de realizar las tareas del hogar encomendadas, cargando a nuestras espaldas la función de cuidadora. Algo que ciertas personas siguen tildando de mundano, fácil o una ganga, a menos que sea en forma de trabajo remunerado a profesionales externos a la familia. Términos como “mantenida” o “vaga” van siempre dirigidos a una mujer ha quedado al cuidado del hogar familiar. Casi siempre sin entrar en el terreno de cuán elegido o impuesto es.

Los diálogos pasivo-agresivos y paternalistas del marido de Victorine, Gabriel (o Marío, Luís, José…), hacia ella no son ficticios. Son el calco de conversaciones que  hemos oído en nuestros círculos, ya fuese porque los hemos recibido o porque hemos sido testigos de ellos. Si fuesen patrañas no nos sonarían tan ofensivamente naturales en el título y perderían toda la magia de supeditar la voluntad del jugador. Unos diálogos sin sustento en una base de conocimiento común confundirían al espectador, no lo aleccionarían. La generación del debate después de finalizar Behind Every Great One es el indicio de una afección colectiva. Una que tiempo después de su lanzamiento sirve para deliberar en textos del medio y fuera de él. ¿Hacer la colada es diferente a gestionar papeles en una oficina? ¿Tiene menos valor aquello que hacemos en nuestro hogar que en el puesto de trabajo? ¿Por qué la carga mental tiene género?

Estas y otras cuestiones únicamente se expresan en alto cuando el malestar por no salir victoriosos en Behind Every Great One nos golpea. Es la frustración y el sufrimiento de Victorine el detonante, porque ni ella ni nosotros podemos ganar. A menos, claro, que tomemos cartas en el asunto. Si hemos sido alguna vez como Victorine, lloraremos junto a ella y nos enfrentaremos a la validez de las actitudes con las que otros y hasta nosotras mismas a veces nos engañamos. Si, por el contrario, repetimos ciertos comportamientos de Gabriel, el título nos dejará ver la contrapartida y el efecto que provocamos. El juego actuará como un espejo bruñido y hará desfilar ante nosotros perfiles sociológicos en formato píxel. Pero como no todo es blanco o negro, no es de extrañar que no encajemos en uno solo. Aquí es donde la obra pisa terreno delicado y privado, pero siempre utilizando el fracaso.

Nuestra noción de vencer “a la máquina”, ese ser ajeno a nuestra realidad, no nos prepara para perder en los videojuegos. Esa presión que notamos en la nuca como un cosquilleo es parecida al mecanismo que sentencia a Victorine a interpretar el papel que la sociedad sigue grabando a fuego en excelsos estereotipos. Al margen de ello, a todos y todas nos han enseñado que ganar es la meta que debemos alcanzar a cualquier precio. Si lo hacemos, seremos aceptados y felices. Cuanto más ganemos, más estatus tendremos. Este nivel básico de sociología encierra el secreto de múltiples manipulaciones que Behind Every Great One condensa en algo parecido a “tu deber es hacer lo que dictan las normas”. El choque natural entre la libertad y esclavitud nunca ha tenido un desenlace alegre en el individuo, derivando en dolencias mentales y físicas en la mayoría de los casos. Para la protagonista tampoco iba a ser diferente. Como resultado, la gama de colores que aparecerá en la pantalla nos indicará el nivel de estrés y malestar de Victorine, hasta que al final el único consuelo que le quede sea refugiarse en un rincón del piso y romper a llorar en una crisis.

Es una partida perdida a priori y que implica mucho más que no tener ropa limpia. Es la pureza de colocarse desnudo en los síntomas de una sociedad que a las mujeres primero nos invita y después nos obliga a ser menos que un hombre y acatar lo que un sistema patriarcal ha instaurado. Si hablo en femenino es porque mi experiencia y hasta los datos arrojados en los estudios así lo corroboran. Mientras, nosotras denunciamos, emprendemos acciones, rotulamos carteles, gritamos, empleamos la sororidad tan castigada para hacernos valer y nos alzamos cada vez más fuertes. Hacemos lo que haga falta porque no queremos estar un paso por detrás de nadie por no haber nacido del género privilegiado. Ni el 8M ni ningún otro día. La historia nos ha ninguneado y nos ha relegado a las cuatro paredes de un hogar compartido, pasando de mano en mano y sin  derechos. Y, a pesar de ello, en este baile de reivindicaciones, de emociones a flor de piel y de raíces podridas también hay sitio para encumbrar las variopintas reacciones ante la perenne lucha por la igualdad.

Porque Behind Every Great One cuenta con otros personajes, además de la pareja de Victorine y Gabriel, para ejemplificar y sustentar la desigualdad. Por tanto, la aparición de los padres de Gabriel no es casual, todo lo contrario. Si su marido es la correa que ata a Victorine, sus suegros son la presión social a la que se ve sometida desde el exterior. En efecto, el matrimonio reproduce comportamientos socialmente enquistados. Si ella lo hace desde la posición de quien lo ha sufrido y aceptado, replicando en sí misma y en su hijo el discurso, él lo mantiene velado agresivamente y comparte la camaradería con Gabriel. De ahí que la presencia de los padres provoque una reacción en Victorine y en el jugador, quien empieza a intuir que las frases que se reproducen en el juego encierran una herencia cultural arraigada y tóxica. Después de recibirlas, algo dentro de nosotros nacerá y nos aplastará, erosionando nuestra seguridad y autoestima a medida que las leamos. Al final, incluso dudaremos de quiénes somos, de nuestras emociones y de la veracidad de nuestros aciertos y errores.

Si los suegros de Victorine son las voces del conformismo, la hermana de la protagonista es la del pseudocambio. Indignada por el trato que recibe Victorine, contestará y rebatirá los comentarios, condenando la actitud de los padres de Gabriel. Pero su comportamiento final distará mucho de aquello que defiende con palabras y, en el fondo, juzga a los demás sin ver sus errores. Incluso en boca de su sobrino, Victorine sufrirá comentarios dignos de los padres de Gabriel, propagando un discurso manido y continuista. Sintetizando, la hermana de Victorine bien podría ser el arquetipo de quien quiere cambiar pero se olvida de que la batalla se empieza por uno mismo. En especial en el legado que se transmite a las siguientes generaciones.

Victorine es un ejemplo, el de la mujer enclaustrada en el hogar. Pero también es el reflejo de las tantas mujeres que siempre estuvieron eclipsadas o incluso silenciadas a lo largo de los siglos. Voces acalladas que siempre han estado tras las “grandes personalidades” de la historia o atadas a hogares de todo el mundo, y que siguen juzgándose debajo de una lupa deformada. En el techo de cristal, la desigualdad económica, el acoso sexual, la imposición del cuidado del hogar y de la familia, la invisibilización en la historia… Entonces, amarga y dolorosamente, Victorine tiene otros nombres y caras y es difícil reconocer uno solo en vez de millones. Behind Every Great One, es la acreditación de que jugar también es un reflejo de nuestras conductas; las ajenas, las sociales y el papel que interpretamos en ello.

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