Análisis: The Lion’s Song

The Lion's Song
The Lion's Song
Fecha de lanzamiento
7 julio, 2016
ESTUDIO
Mi'Pu'Mi Games
EDITOR
Mi'Pu'Mi Games
PLATAFORMAS
PC, Mac, Android, iOs, Switch

The Lion’s Song (2016), del estudio vienés Mi’Pu’Mi, es un juego point and click de aventuras disponible desde hace un tiempo en ordenador y llegado el diez de julio a Switch. Un ejemplo del género al uso, dispone de tres primeras partes protagonizadas por tres personajes principales, y un cuarto episodio que cierra y pone en común esas tres historias. Como en otros juegos similares, las decisiones que tomes influyen en el devenir de la narrativa y en la conclusión de la misma, y se ofrece también, al final de cada episodio y sin que repercuta en el resultado de éste en sí, descubrir qué habría pasado si hubieses tomado una elección distinta. Te informa también de qué porcentaje de jugadores de The Lion’s Song ha elegido lo mismo que tú, y quiénes han llegado a los mismos finales y conclusiones. Por otro lado, aunque hay algunos puzles diseminados por los episodios, ninguno llega a ser realmente desafiante. En general, a pesar de que es un juego que a nivel de mecánicas no destaca, está muy bien escrito, y es ahí donde brilla, en la (re)creación de personajes, ambientes y conversaciones. Es una auténtica carta de amor a la ciudad de la que procede el estudio, Viena, y a una época: los años que preceden al comienzo de la Primera Guerra Mundial.

El juego incluye multitud de guiños a y detalles sobre la cultura, las costumbres y el idioma, así como la presencia de productos gastronómicos típicos, pero es el entramado de historias que nos presenta lo que liga el juego a la ciudad y a ese momento histórico concreto.

The Lion’s Song trata sobre sobre la creación y las conexiones interpersonales, sí, pero especialmente sobre la Viena de antes de 1914. Si los primeros episodios nos cuentan las historias personales de los tres protagonistas, el cuarto, a pesar de que no se centra tan explícitamente en ningún personaje individual, sirve para cerrar las otras tres narrativas y, con ellas, la época en la que se desarrollan. Aparte de su importante impacto emocional, son también como ventanas a una época que ya no existe

No es en absoluto casualidad la elección de la reducida paleta de colores terrosos, cálidos y otoñales que emplea el juego: no solo nos hace pensar que estamos frente a un viejo álbum familiar, lleno de fotos antiguas, desvaídas por el tiempo, sino también nos transmite la sensación de que estamos ante el ocaso de una época; y que, además, los personajes son conscientes de estar al borde del abismo. Y es quizá este matiz, la certeza de que el mundo en el que viven los protagonistas del juego está a punto de desaparecer, lo que quizá permite que The Lion’s Song se recree en la ciudad y en la cultura de la época sin llegar a caer del todo en la nostalgia más nacionalista y romantizadora: el fantasma de la Primera Guerra Mundial es algo constante, especialmente en los dos últimos episodios, y su cercanía se hace patente en los cambios que observamos en la misma ciudad, que reflejan a su vez los acontecimientos políticos  y la situación social de la época.

Es también digna de comentario la presencia de personalidades del mundo de la ciencia, la cultura o la política, como el líder socialista Victor Adler, o el famoso pintor Gustav Klimt, cuyo salón de exposiciones tiene un papel clave en el segundo episodio. El juego hace hincapié una y otra vez en la importancia de las relaciones interpersonales y su papel en la creación artística y en la consecución de objetivos intelectuales y académicos, y la presencia de todas estas luminarias de la cultura y las ciencias de principios de siglo XX en calidad de personajes no jugables con los que, sin embargo, puedes interactuar, nos dibuja Viena como una red de relaciones, como un todo interconectado. Sin sus amigos y compañeros, sin la ayuda de mentores y demás, ninguno de los protagonistas de los tres primeros episodios habría conseguido lo que se proponen.  A pesar de ser una metrópolis, la Viena de principios de siglo permite que los personajes de distintas historias aparezcan en las de los demás, como secundarios, o simplemente de fondo, acudiendo a los mismos lugares, como si la gran ciudad fuera poco más que un pueblo sobredimensionado. La canción del título, compuesta por la protagonista del primer episodio, se repite durante los otros tres, un leitmotiv que, además de unir todas las historias, refuerza la idea de la ciudad como un todo.

La Viena de la década de 1910 se representa como un mapa, por el que no solo vemos moverse a los personajes, sino en el que también es posible localizar algunos de los edificios y lugares más representativos de la ciudad que, por desgracia, no podemos explorar en su totalidad. Aunque el juego tampoco tiene miedo de alejarse de Viena cuando los personajes lo requieren (el viaje a las montañas del primer episodio, la marcha a la guerra en el cuarto), la ciudad sigue ahí, como centro, nexo y objetivo, como lugar en el que pasa todo lo importante. Esto también se transmite con la estética del juego, sencilla y efectiva. Los escenarios en los que transcurre la vida diaria y el mismo mapa de la ciudad, así como otros espacios como el tren o las montañas, están creados aprovechando las posibilidades que ofrece el pixel art y la reducida paleta de colores a la que se limita el juego, pero el diseño de los lugares que se encuentran en la ciudad, así como la misma ciudad, denota más atención y más detalles.

The Lion’s Song es un juego pequeño, contenido, coherente y agridulce.  Es un viaje en el tiempo, una ventanita a un pasado que ya no existe, y no funcionaría tan bien sin el monstruo que es la guerra en el futuro. No es exageradamente ambicioso y no intenta abarcar de más, y esto juega en su favor: utiliza los cuatro episodios y sus tres o cuatro horas de duración para presentar una experiencia centrada en la narrativa, en recrear una época y unos personajes cuyas luchas y vidas interiores resultan familiares a pesar del tiempo que media entre ese momento histórico y el actual. Baila entre la nostalgia, el «cualquier tiempo pasado fue mejor», y la melancolía; afortunadamente, es ésta la que se erige en vencedora, y la que nos lleva de la mano por esa Viena fantasma que no superó el trauma de 1914 y la Primera Guerra Mundial.

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