Pónganse a buscar y hallarán un videojuego de gestión y negocios (tycoon para los amigos) de prácticamente cualquier cosa. Por aquí hemos visto algunos extremadamente raros: de gestión de un tanatorio, de la industria porno o la contrapartida de aquel Party Hard en el que reventábamos las fiestas. Es un género agradecido y que se acopla bien a cualquier temática siempre y cuando respete una serie de normas. Por eso, aunque es sorprendente que Terroir nos proponga manejar un château y hacernos un nombre en el mundo del vino, digamos que sorprende un poquito menos ahora que hace unos años.
Y eso es bueno, porque significa que puede valorarse (o no) en base a su verdadera propuesta como juego y no a su punto de partida. Así que déjenme que les cuente.
General Interactive Co. nos proponen desde Singapur que nos adentremos en el negocio del vino, desde su fase más inicial (plantar las cepas) hasta la puramente comercial. Un tránsito que se hace con muchísimo respeto por el mundo al que quiere representar, en el que no escatiman información sobre cada proceso, pero tampoco llevan de la mano al jugador.
Básicamente, nos encontramos ante un ciclo de cien años (luego podremos seguir). Nos dan nuestro pequeño chaâteau para comenzar y una parcelita en la que plantar nuestras primeras parras… y ya. Si no entramos al tutorial apenas nos interrumpirá salvo en el momento más inicial para contarnos cómo sembrar y en qué debemos fijarnos a la hora de recolectar las uvas, pero nada más. Así comenzará nuestra escalada (o no) hacia la cima vinícola.
Hasta que topamos con el tiempo.
Aunque es sencillo empezar a entender los mecanismos que rigen el juego en Terroir, la forma que tiene de ponérnoslo difícil es la misma que encontrará cualquier agricultor: un clima basado en el de la región de Burdeos pero debidamente aleatorizado. Para que se hagan una idea, el modo de dificultad lo que hace es calibrar sus peores acontecimientos y las plagas, además del dinero inicial. Así de importante será para nosotros que haya nubes o el tiempo esté soleado.
De hecho, es la mecánica inicial del juego, la de la madurez de la uva. Nuestra primera tarea, que casi parece un clicker a veces, será tener las parras en el estado adecuado de floración según el clima, podando o dejando crecer sus hojas. El objetivo será alcanzar una madurez ideal que nos lo ponga fácil a la hora de elaborar nuestro vino. Porque si las uvas se pasan o no maduran lo suficiente luego será mucho más difícil llegar a las más altas cotas de calidad. Y ojo a los bichos, que no podremos quitarnos de encima hasta tener dinero para montar una caseta para los trabajadores e investigar cómo deshacernos de ellos.
Pero bueno, empezamos. Plantamos nuestras primeras uvas, unas cabernet sauvignon que nos recomienda el juego, y conseguimos más o menos que tengan la madurez ideal. ¿Y ahora qué?
Ahora toca convertir todo eso en vino. Espachurrarlas hasta hacerlas mosto, fermentarlas, prensarlas y dejarlas envejecer en la barrica que elijamos. Cada uno de esos procesos lleva aparejadas varias decisiones (la máquina que usemos según vayamos desbloqueando, el porcentaje que prensamos, el tiempo que fermentamos…) que cambiará alguna de las características del vino (acidez, dulzura, taninos y cuerpo) y del producto resultante tocará embotellar y presentarlo ante los críticos disponibles.
Y voilà, de repente hemos creado un tinto perfecto que se lleva las cinco estrellas de la crítica.
Pero para el carro, amigo, no todo es tan fácil. Cuanto más avancemos en el juego más difícil será complacer a la crítica, porque nos tocarán opinadores mucho menos complacientes y más prestigiosos. Y cada uva y cada vino requieren una serie de características, que no sabremos hasta que empecemos a experimentar y nos llevemos los primeros batacazos. Realmente ésa es la propuesta de Terroir: una carrera hacia adelante elaborando cada vez mejores vinos, comprando más y más tierras, gastando dinero para desarrollar nuestras instalaciones y descubrir nuevas técnicas, perfeccionarlo todo hasta que alcancemos la maestría con una cepa… hasta volver a empezar con otra de la que no tengamos ninguna idea, en post de más y más premios. Podremos incluso librarnos de los malvados intermediarios vendedores de vino montando nuestras propias tabernas (de las que sacaremos más dinero por botella aunque perderemos algunas bonificaciones).
Ese proceso interminable en pos de la maestría, que hallamos en casi todos los tycoon, es tremendamente adictivo. Pero por si eso fallara, a medida que elaboremos vinos de cinco estrellas recibiremos una serie de puntos que podremos gastar en probabilidades (factores aleatorios, buenos o malos que cambian el juego) o circunstancias (misiones que se nos encomiendan, que de resolver darán bonificaciones o de fallar acabaremos jodidos), lo que le da un poco más de variabilidad a cada partida.
Como colofón podremos invertir nuestro dinero también en pura estética, comprando elementos para adornar nuestra creciente villa, desde tumbonas hasta barquitas para el mar. Para eso está el dinero, ¿no?
Terroir funciona muy bien en sus dos frentes abiertos. Como tycoon consigue enganchar y picar al jugador, hacerle que se tire horas tratando de llevar a buen término su negocio y desafiarle hasta que consiga hacer el vino perfecto (buen detalle poder nombrarlos). Además el conjunto de la experiencia se hace extremadamente agradable, con ese aspecto minimalista e inocentón low poly y la música relajante que han hecho el colectivo singapurense CLARquinet.
A su vez, resulta fantástico como homenaje al vino y la cultura que lleva detrás. Hay momentos en los que casi parece edutainment y quien llegue a él sin tener ni idea del tema (como servidor) saldrá conociendo muchas cosas del proceso de fabricación y de las propias uvas. Con eso rompe la más obvia de todas las barreras que podría tener: al ser de una temática tan específica podría no atraer al jugador que no la conozca. Pero no, se lo gana también, le enseña sobre vino y le divierte por el camino.
Llegados a este punto se me hace difícil decir nada negativo sobre Terroir. Es bonito y agradable de jugar, tiene una dificultad algo cabrona pero bien ajustada y se le nota por todos lados el cariño hacia el tema que nos presenta. Quizá les cabree un par de veces en las primeras partidas hasta que le cojan el truco y le paren los pies a las putas moscas y hongos, pero estoy seguro de que les gustará.