Cuando iniciamos el juego, Night of the consumers nos recibe con un aviso. Lo que en otras ocasiones serían advertencias del tipo «contenido explícito», «escenas violentas» o «lenguaje malsonante», aquí es un mensaje mucho más sugerente:
«¡WARNING!
This game contents a retail work environment.
Player discretion is advised»
Lo siguiente que vemos es un menú de selección superpuesto sobre una imagen de la entrada al supermercado en el que vamos a trabajar. Líneas de caja, algunos carritos, puertas de vidrio y, tras ellas, clientes amontonándose y golpeando los cristales violenta y desesperadamente. Una noche de los consumidores que recuerda a La noche de los muertos vivientes. Pero en cierto sentido es un camino de vuelta: si con la película de George A. Romero se popularizó la figura del zombi como una metáfora sobre la deshumanización hacia la que nos arrastra la sociedad de consumo, germfood la desviste de lo simbólico y la devuelve a la cruda realidad. Aquí son les clientes quienes se comportan como monstruos, asediando los centros comerciales para devorar con ansia cada producto como si les fuese la vida en ello. Gente que compra, y luego existe.
Nuestro papel será trabajar como dependientes en esta pequeña tienda, reponiendo las estanterías mientras nos movemos por los pasillos atendiendo a unes compradores agresives que nos persiguen y requieren de nuestra atención constante. Y de no perder el trabajo —ni la vida— en ello. En cierto sentido, Night of the consumers es una hipérbole hiperconsumista que refleja, en clave irónica, la filosofía de trabajo de algunas grandes superficies, en las que el cliente lo es todo en la misma medida en que el trabajador no es nada. Y trabajar supone poco más que contentar a quienes pagan; para que sigan pagando, para que paguen más si es posible.No es casual que el ambiente que se vive en la tienda de Night of the consumers parezca una versión deformada y ridícula de las escenas que hemos visto y vivido en los supermercados a raíz de la pandemia del covid-19: consumidores amontonándose en las tiendas, estanterías vacías, montañas de papel higiénico. No es más que una radicalización de la supuesta normalidad en la que vivimos inmersos. El cliente como monstruo fuera de sí, el trabajador como atleta sobreesforzado y la sociedad de consumo como escenario terrorífico de nuestra cotidianidad.
A esta filosofía de la monstruosidad del consumidor, germfood le añade un par de capas que no se contemplan en Los monstruos y el gimnasio. Por un lado, está la monstruosidad que se apodera de unes trabajadores sobrepasades por una carga de trabajo excesiva, una presión constante por dar lo mejor de sí mismos y la obligación de competir con sus compañeres. Todo esto se refleja muy bien en la figura de Jimmy, el actual empleado del mes, quien nos recibe en la tienda mientras huye de un grupo de clientes y se refugia en los vestuarios para vomitar al grito de: «¡No me pagan los suficiente para esto!». Por otro lado, existe una monstruosidad mucho peor: una que dirige al resto, que presiona y amenaza, que esclaviza, que está interesada en perpetuar esta situación de falsa normalidad enferma porque de ella —y en mayor medida cuanto más enferma— es de donde saca sus beneficios. Este monstruo se presenta como The Manager, y nos recibe antes de la jornada para avisarnos: «Tengo una reputación que mantener aquí», «no querrás hacerme quedar como un inútil delante de los otros managers». Después, ya no volveremos a verlo hasta que les clientes nos pongan una queja o cumplamos nuestras tareas. Si ocurre lo primero, se hará la oscuridad en la tienda y The Manager saldrá a perseguirnos hasta donde haga falta: «¡Estás despedido!». Si, por el contrario, conseguimos cumplir los objetivos, lo encontraremos esperándonos en la puerta, para felicitarnos y recordar que mañana hemos de estar en la tienda a primera hora. Que cada cual decida cual es el mayor castigo.
El tiempo que pasa entre el primer y el segundo encuentro con el mánager es lo que dura la jornada laboral de Night of the consumers. Es el tiempo que tendremos para reponer a toda prisa una serie de pasillos, con el agravante de recorrerlos bajo la presión de ser asediados por los clientes y amenazados por el despido. En ese sentido, esta forma de recorrer el espacio en clave terrorífica —que nos obliga escondernos para evitar el enfrentamiento con los monstruos que nos rodean y, al mismo tiempo, no estar demasiado tiempo sin movernos para poder cumplir los objetivos— toma ciertas convenciones del survival horror para convertir el trabajo en una experiencia de supervivencia física. No basta solo con llevar a cabo nuestras tareas, por el camino tendremos que saciar al monstruo de los clientes, contentar al monstruo del jefe y enfrentar al monstruo de la competitividad. Todo ello manteniendo la compostura, sin ceder al miedo ni caer rendides.
A cambio no recibiremos casi nada. Si Los monstruos y el gimnasio, como decía, es un libro que se entrega a les trabajadores que van a firmar un contrato indefinido, aquí viene a suceder lo mismo: superar con éxito la jornada —mantener saciados a los monstruos— solo significa que podremos volver mañana. Poco más. Una palmadita en la espalda por el trabajo bien hecho, una promesa de futuro reconocimiento y unos ingresos que nos permitan vivir también la experiencia del otro lado. Hoy como trabajadores, mañana como clientes y, quién sabe, si nos esforzamos mucho quizás algún día podremos vivirla desde la posición del mánager.
La conclusión es que nada nos librará de la monstruosidad. Night of the consumers se empeña en dejar claro que el mayor de los horrores subyace a un modelo de consumo que nos arrastra a todes, en mayor o menor grado, a la deshumanización total: compra todo lo que veas, trabaja en lo que te dejen y aguanta como puedas, porque lo único que importa es mantenerse con vida dentro del ciclo terrorífico del consumo.