Puede que uno de los mayores indicadores para saber que un elemento cultural está asentado sea cuando empiezan a surgir obras que cuestionan la relación que tenemos nosotros mismos con respecto a ese elemento. Da igual si se trata de Duchamp con su “Fuente” o Haneke poniendo a sus despiadados protagonistas mirándonos directamente a los ojos mientras nos aseguran que todo va a salir como ellos quieren. Cuestionar la obra es también cuestionar nuestra mirada sobre la misma, así como nuestro papel, en apariencia secundario, para definir su significado.
Si hablamos de elementos culturales, no hay ninguno tan importante y transversal como la religión. Resulta imposible entender el mundo en el que vivimos sin comprender cómo la religión ha jugado un papel determinista en nuestra manera de entender y relacionarnos, tanto entre nosotros, como en el mundo que nos rodea. Indika es, por una parte, un tratado filosófico sobre religión (católica en este caso) y cómo afecta a los protagonistas de nuestra historia. Por otra, y aquí reside la gran jugada de Odd Meter, define, pervierte y se pregunta cuál es nuestra relación con el medio.
El progreso de Indika (protagonista) y el de Indika (juego) transcurren paralelos al de Ilya, un soldado herido que cree que Dios le habla y que nuestra protagonista encontrará tras salir del convento para entregar una carta. Estos dos personajes entablan una relación en la que se entrecruzan sus diferentes visiones de la fe, la amistad, la compasión y el deseo. Odd Meter articula todo este proceso a través de conversaciones entre ambos personajes en los que iremos conociendo parte del pasado de cada uno, así como su visión de lo que significa su relación con Dios. Una decisión muy interesante, ya que en un principio podría parecer que hubiese funcionado mejor que Indika se encontrara con un no creyente, pero el resultado resulta inmejorable.
Mientras todo esto ocurre, el título nos propone diferentes puzles y elementos de exploración que funcionan mejor o pero según el caso. En la parte negativa se encuentran algunos que quizás se desvían demasiado del objetivo general del título. En la parte positiva, incluso muy positiva me atrevería a decir, están aquellos que introducen al diablo como elementos disociativo entre Indika y la realidad. Ahí nuestro mundo se transforma y nuestra joven monja ha de luchar contra sus dos interiores, con un mundo distorsionado que puede cambiar mediante nuestros rezos.
La magia de Indika y por donde la propuesta de Odd Meter crece hasta convertirse en uno de los títulos más interesantes que me he encontrado en los últimos años, se basa en su capacidad de usar los diferentes tropos del videojuego para hablar de la fe religiosa. Para ello se vale de la construcción inicial de su universo en el que se nos presentan algunos elementos inherentes al medio que poco a poco va cuestionando. Por ejemplo, tenemos un indicador de puntuación que vas sumando puntos cuando realizamos diferentes acciones, como inspeccionar algún objeto o encender una vela en cualquiera de los altares cristianos que nos encontremos por el camino (anoten el momento en el que no se nos otorgan puntos por encender un altar muy alejado del cristianismo como lo mejor del año). Estos puntos van abriendo un árbol de habilidades en los que se puede mejorar la fe de Indika. Su manera de hacerlo, con sonidos e imágenes de 8 bits, contrasta con el sobrio y ultra-realista acabado general, generando una sensación de extrañeza para la que uno espera respuesta. Una respuesta que el jugador trata de encontrar hasta que se da cuenta de que al igual que Indika e Ilya, le estamos pidiendo explicaciones a un demiurgo imaginario que es el que toma las decisiones por nosotros. Quizá Odd Meter no sea un dios, pero en ese momento es el creador del universo y de sus reglas.
Todo este compendio de capas no funcionaría si Indika no fuera capaz, desde casi el primer momento, de hacernos aceptar su extrañeza como algo bello y natural. Es evidente que su mayor inspiración es El Maestro y Margarita de Bulgákov, donde la realidad rusa, su política y su religión se entremezcla con pasajes surrealistas que terminamos viendo como los más normales de la novela. Aquí el estudio ruso utiliza todos los recursos que tiene a su alcance, agradeciendo que siempre, o casi siempre, sean recursos propios del videojuego. Así pues, tras todos esos planos distorsionados de una belleza excepcional que recuerdan mucho al cine más reciente de Lánthimos, Odd Meter decide introducir una capa narrativa para contar el pasado de Indika realizado en 2D y pixel-art para volarnos la cabeza mientras realizamos acciones clásicas de videojuegos retro.
Indika no es un juego perfecto y es incapaz de esconder sus costuras en un buen puñado de ocasiones. Afortunadamente, esto no es ningún problema para confeccionar una propuesta absolutamente estimulante que es capaz de hablarnos de la fe, de sus diferentes contradicciones y de relacionarla con nuestro papel como jugador y la fe que depositamos en los creadores. Es un título que va a tumba abierta desde el primer minuto y que consigue salir aceptablemente airoso en su momento más complicado, que no es decir poco. Indika no contiene un ápice de lo que de forma clásica reconsideraríamos rejugabilidad, pero me da que voy a volver muchas veces a revisitar a los dioses de Odd Meter.