Como no podía ser de otra forma, este pasado mes de febrero le tocó al excelentísimo Donkey Kong y familia el paso por chapa y pintura, es decir, la transición a la alta definición. Y aunque su paso vuelve a ser un pelín tímido, como lo fue en el lanzamiento de Donkey Kong Country Returns, no por ello los amantes del género de las plataformas lo íbamos a dejar escapar. Con una apuesta conservadora, pero a mi parecer bastante valiente, Retro Studios vuelve a calzarse el disfraz de mono para deleitarnos a todos, aunque esta vez al son del frío polar en lugar del clásico calor tropical.
Si quieres saber un poco más sobre la vida y milagros de Retro Studios te recomiendo que leas el artículo que escribió Directorscut para esta misma web aquí o si por el contrario no sabes nada de Donkey Kong (vergüenza debería darte), échale un ojo a este artículo de nuestra sección 1001 Videojuegos que debes jugar.
Equipo de valientes, decisiones valientes
Si algo se le podía achacar a su predecesor en la Wii era, sin duda, el tener que pasar por el aro del Wiimote y el Nunchuk. Reconozcámoslo, a los jugones nos gusta hacer el chorra con los mandos un ratito, pero más cansa. Y si hay algo que a mí me tira para atrás mucho, pero mucho, es el mamotreto de mando que nos han querido cascar como panacea los genios y visionarios de Nintendo, ¡y así les va!
¿Qué pasa? Que cuando uno va a jugar en la Wii U a cualquier cosa, ya lo hace con el miedo en el cuerpo. Pues ni cortos ni perezosos, los muchachos de Retro Studios han dicho: juega con lo que te salga del pie, brother. Y así es, porque en las más de doce horitas que me he pasado jugando a hacer el mono, he dejado muerto del asco el Wii U GamePad, he cogido los casi cincuenta pavos de Wii U Pro Controller (que Dios los tenga en su gloria) y me he hartado de disfrutar como un enano. Porque los chavales de Retro se han olvidado de tontadas táctiles, de sacudir los mandos como si fueran plátanos y nos han dejado jugar al juego de plataformas como tiene que ser. Aun así, que nadie se asuste, porque dan la posibilidad de jugar con cualquiera de los mandos que tengas por casa, pero como he dicho, que no espere ningún evento táctil, ni nada por el estilo. ¿Alguien los iba a echar de menos? Es obvio que no.
Prepárate para perder globos a mansalva
En uno de esos momentos de clarividencia en los que uno abandona su cuerpo terrenal para posarse sobre él cual fantasma de Ghost, pude verme a mí mismo a punto de estampar mi mando contra el suelo del salón. Pero fue entonces cuando tuve una especie de visión y me di cuenta de que llevamos tantos años acostumbrándonos a que el nivel de dificultad de los juegos disminuya casi hasta la total inexistencia que, de nada que nos suben un poco el listón, nos acordamos de todos los santos habidos y por haber. Porque si uno pretende que su paso por la jungla tropical sea un camino de rosas, desde luego Tropical Freeze no es su título. Los chicos de Retro, de nuevo, nos han plantado un juego que deja a la altura del auténtico betún al tan aclamado copia-pega Rayman Legends.
Me voy a permitir el lujo de matizar un poco. Está claro que no nos encontramos ante un juego imposible de acabar. De hecho, nos darán una de cal y otra de arena, pues va a ser tanta la cantidad de globos (o vidas) que consigamos, que esos momentos en los que te das cuenta que has perdido media hora de tu vida (y como más de quince globos) en el mismo trozo de pantalla, se verán más que compensados.
A los monitos, la alta definición también les sienta de maravilla
Sin salirse prácticamente nada del estilo gráfico que ya tenía Donkey Kong Country Returns, este Tropical Freeze nos deja bastante claro cómo tienen que ser los monos de Nintendo en alta definición: paisajes coloristas, preciosistas y en tres dimensiones, bien acabados y cuidados hasta el detalle, aunque en el juego avancemos siempre de izquierda a derecha. Salvo en alguna pantalla de carga (que para eso son), no veremos ninguna caída de frames, ni congelaciones ni bichos raros ni nada de nada. Mención especial al espectacular diseño gráfico de las fases en blanco y negro (o poquitos colores) porque son, además de muy gratificantes a la vista, de un acabado y una calidad sin igual.
A lo largo de los seis niveles (en forma de islas) con los que cuenta esta entrega (dos menos que su predecesor) y de la media de siete fases por nivel, nos pasearemos, una vez más, por todo tipo de escenarios: minas, cementerios de chatarra, fábricas de zumo, molinos y, como eje central del juego, hielo y nieve.
Porque en esta ocasión, una horda de animales del polo muy cabreados (pingüinos, morsas, focas) llegan a la pacífica isla tropical de la familia Kong para echarlos de allí como si fueran agua sucia y mandarlos, literalmente, al quinto pino. Como siempre, la profundidad argumental brilla por su ausencia, y ni falta que nos hace, para dar todo el peso del juego al plataformeo puro y duro.
Poca innovación, mucha diversión
A la más que acertada decisión de optar por el control tradicional, la única “innovación” que nos aportará Tropical Freeze es la de poder sacar del clásico barril esta vez no solo a Diddy Kong, sino también a Dixie Kong y al abuelete Cranky Kong. Cada uno, además de brindarnos dos corazones más de vida, nos dotará de una habilidad especial que nos servirá para abrirnos paso en ciertas fases o llegar a lugares secretos.
Y sinceramente, el peor parado que sale de todo esto es Diddy, porque la habilidad del Jet-Pack ya la tenemos muy vista y al final resultan mucho más útiles la monita o el abuelete.
De resto, prácticamente nada nuevo bajo el sol. Pero ni falta que nos hace, la verdad. Volveremos a alternar fases a pie con fases sobre el barril cohete o el carro minero, volveremos a enfrentarnos a un jefazo al final de cada isla, volveremos a tener que recoger las mismas piezas de puzle o las mismas letras de la palabra KONG, etcétera. Además de los plátanos que, obviamente, nos brindarán un globo extra al llegar a los cien, recogeremos monedas que nos servirán para comprar diversos objetos (esta vez vuelve la tienda de Funky Kong) con los que equiparnos al principio de cada fase o para las clásicas máquinas de bolitas de plástico (que tanto les gustan a los japoneses) que incluyen dentro muñecos tridimensionales de los personajes para visualizar posteriormente desde una galería. Entre estos objetos se encuentra globos rojos, globos verdes, un escudo, un lorito que nos soplará dónde se encuentran las piezas de los puzles durante cada fase, etcétera.
Barriles, minas, rinocerontes y demás fauna
En el apartado jugable, salvo lo nombrado del barril, tampoco hay ninguna innovación. Dos corazones (o cuatro si vamos dopados, o cargados, como se quiera ver) serán lo que nos separe de una muerte atroz o de alcanzar el final de cada fase. Saltar, agacharse, correr, girar y apisonar con nuestras manos serán las habilidades con las que tendremos que recorrer medio Caribe para regresar a nuestra isla y echar a esos deleznables habitantes del hielo venidos en sus barcos vikingos.
En cuanto a la duración del juego, poco puedo decir salvo que los plataformas de hoy día me saben a poco siempre. Te quedas con esa sensación de “quiero más”, aunque en el fondo, muy fondo, sabes que te has pegado una buena cantidad de horas jugando. Unas ocho o doce horas serán las que nos separen de simplemente acabar el juego o entre unas quince y veinte si quieres sacarle todo el jugo, conseguir todas las músicas, imágenes, dioramas y fases ocultas.
En el apartado musical, el equipo de Retro Studios tampoco ha optado por comerse la cabeza, recurriendo a los clásicos temas de la saga pero remasterizados como harían en Returns. Temas desenfadados y pegadizos, con música muy loca, para adaptarse al ritmo vertiginoso de las fases en cada momento. No te sorprendas si mientras paseas por la calle te encuentras tarareando alguna de las cancioncillas del juego, porque eso significará que han hecho bien su trabajo.
Y por último, la rejugabilidad se reduce a poco más que exprimir a tope el juego, sacarle todos los secretos y, si quieres ir más allá, conseguir todas las medallas en un modo time attack donde podrás competir contra el reloj de la máquina o contra los tiempos de tus amigos que además podrás compartir en la comunidad de Nintendo. ¡Ah! Y también hay un modo cooperativo, pero who cares? Este juego es para zampárselo solito.
En resumen, es un juego para los amantes del género que buscan un poco más en un mar de plataformas facilonas que van por ahí dándoselas de grandes obras. Sin pretensiones, nada más que el mero hecho de hacernos pasar buenos ratos de diversión, con su punto adecuado de frustración, ideal para distraernos de los vaivenes de la vida rutinaria.
Lo mejor: La apuesta valiente del estudio por entregarnos un juego de plataformas que no requiere gestos incómodos o eventos táctiles fuera de contexto. Que se pueda apagar el Wii U GamePad.
Lo peor: Si no eres un amante del género, las puedes pasar bastante canutas para acabarte este título. Cercenar niveles a los juegos de Nintendo que esperemos que no se convierta en una moda.