En su anterior título The Friends of Ringo Ishikawa, yeo sentaba las bases de su visión del videojuego como si de un profesor de alquimia se tratara, depositando diferentes elementos aquí y allá cuyo aprovechamiento dejaba en manos del jugador. Esta sutileza en la disposición de mecánicas y la fe ciega que demostraba en el usuario final, hizo que mucha gente se quedara por el camino hasta que el boca-oreja que llevaba sonando desde su salida en Windows explotó con la llegada a consolas, otorgando al título la notoriedad y valor que desde un principio merecía. En Arrest of a stone Buddha yeo repite algunos de sus tropos, pero varía el eje de la confianza. Ya no es él quién deposita la confianza en el jugador, sino que somos nosotros los que debemos confiar en que todo esto nos lleve a alguna parte.
Al igual que Delon, nuestro protagonista es un asesino a sueldo en el París de 1967. Nuestra vida se divide entre los diferentes encargos y el tedio más absoluto entre uno y otro. La forma elegida para representarlo adapta los elementos de su anterior título, cambiando las peleas callejeras por tiroteos interminables que inevitablemente recuerdan al John Woo de los 90, y que suponen el primer envite que el usuario debe aceptar sin pedir casi nada a cambio. La coreografía del combate es brillantemente tosca, empeñándose en incluir condiciones de frustración que uno no acaba de entender por qué demonios están ahí. Sin embargo, es adictiva. La ejecución de las mecánicas es elegante y los pequeños picos de placer que producen esos momentos de flow en los que desarmamos a un oponente, robamos la pistola y disparamos una ráfaga que acaba con el último enemigo en cola que nos estaba apuntando, son el alimento cerebral que nos invita a continuar. Por contra, morir en el último instante debido a un enemigo que ni siquiera había hecho aparición en pantalla puede acabar con el juego desinstalado a las primeras de cambio. Cuestión de fe.
La otra parte del juego es aquella en la que abordamos la cotidianidad del día a día sin un encargo. Ahí es donde Arrest of a stone Buddha se tambalea a la hora de construir un relato que sea capaz de sustentar ambas partes. El París que nos ofrece yeo es envidiable, envuelto en una banda sonora que también recuerda mucho a Le samouraï, colmada de cielos grises, cafés tristes y parques semivacíos por donde nuestro protagonista puede pasear y contemplar la puesta de sol. El objetivo es transmitir esa nada en la que nos encontramos, pero en esta ocasión parece que yeo no es capaz de articular elementos que nos transmitan tedio más allá del propio tedio. Nuestro asesino a sueldo no es un Travis Bickle inadaptado, ni unos ángeles observando a la humanidad (sí, también hay retazos de Wim Wenders), sino un tipo atrapado en el hastío de una vida sin objetivo y llena de violencia. Esta jaula emocional era representada por Melville de forma nada sutil con la relación que tenían Delon y su pájaro enjaulado en el hotel de mala muerte donde vivía. Winding Refn optaba por convertir de Gosling en un stuntman, un especialista de cine sin rostro, o con el rostro de todos. Aquí no hay nada de eso, no hay una suma de mecánicas, por pequeñas, simples y repetitivas que fueran, que construyan la narrativa transversal necesaria para proporcionar al jugador una realidad emocional sobre nuestro personaje. El resultado es que no estamos ante alguien deprimido o con problemas emocionales, sino simplemente una persona aburrida.
El conjunto, una vez realizadas las cuatro o cinco acciones posibles, se resiente inexorablemente porque no consigue elaborar un discurso emocional a base de repetición, sino una suerte de repetición que conlleva un desgaste emocional en el jugador, que puede parecer lo mismo, pero no lo es. El objetivo, al menos tal y como yo lo entiendo, es que sintamos la misma sensación que siente nuestro protagonista. Una angustia existencial construida a través de una vida dedicada a quitar la vida a los demás de la que ya le es imposible escapar. En cambio, lo que obtenemos es una sensación que poco o nada tiene que ver con la soledad o el desarraigo, y sí mucho con la frustración o el aburrimiento.
The Friends of Ringo Ishikawa triunfaba en los pequeños detalles, mecánicas sencillas que no necesitaban un objetivo, pero que conformaban un conjunto con el que trasladar el estado de ánimo y vital de Ringo. Entiendo la eliminación de la mayoría de conversaciones en función de la personalidad de nuestro asesino, pero no hay razón para no dar de comer a los patos en el parque, leer un libro o prepararse el desayuno. No hay razón para no construir un armazón por el que escalar hacia la empatía. Quizás por eso el contundente final no produce el efecto deseado, sino que más bien parece un grito desesperado por recalcar la importancia y seriedad de lo vivido hasta entonces.
Considero a yeo uno de los autores con más personalidad del universo independiente. Su manera absurdamente clásica de encarar el medio me parece una de las más frescas y atrevidas de los últimos años. Su amor por el cine y su manera de intentar imbuir sensaciones similares dentro del videojuego eliminando cualquier atisbo de cinemática deberían servir de ejemplo a otros con muchos con más medios y menos talento. Arrest of a stone Buddha está lejos de ser un título redondo. Si hemos de juzgar una obra por lo que propone y lo que consigue, es evidente que no estamos ante un título mayor, sin embargo, no hay que dejar de lado el valor de la propuesta, de intentar acercar al medio un tipo de cine que buena parte de los usuarios desconocen y que se aleja de forma meridiana de la mayoría de productos del sector. Quizás una jaula con un pájaro lo hubiese solucionado, o quizás no. Esperaremos a lo siguiente que nos traiga yeo para averiguarlo.