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Análisis: Thumper

Thumper

ThumperCrítica

La pista de infinita de Thumper brilla entre explosiones psicodélicas mientras nosotros, un escarabajo plateado, avanzamos a trompicones a través de un universo cercano a la concepción que un Peter Gabriel en los noventa muy puesto de LO MULTIMEDIA tendría del infierno. Bajo esa apariencia inmaculada, donde la suciedad no existe y la música solo insinúa, se nos pide alcanzar un estado de sinestesia, que asimilemos, aunque solo sea un instante, el total de lo que allí se nos ofrece. La diferencia, la gran diferencia de Thumper con propuestas similares, es que al alcanzar el nirvana a través del flow que genera cada uno de sus elementos, no encontramos una apacible sensación de tranquilidad, sino que nos asomamos a un abismo mucho mayor del que insinúa esa pista de la que no podemos escapar.

He tenido que pasar varias horas con Thumper para entender las razones por la que desde Drool lo anunciaban como un título de violencia rítmica. Tras este periodo no creo poder dar una explicación exacta, pero les puedo asegurar que he pasado, al menos, tanto tiempo pensando en Thumper como jugando con él. Buena parte de esto creo que tiene que ver con su envoltorio, no ya estético, sino mecánico. Hemos pasado ya por las suficientes pistas infinitas llenas de ritmo como para bajar la guardia ante una propuesta similar. Yo ya he estado ahí y sé lo que esperar. Dame música y elementos que vengan en mi dirección que ya me ocuparé yo de mejorar lo suficiente como para que al darle al botón adecuado todo encaje. Thumper es eso, o al menos lo es de una manera que no puedo calificar de otro modo que abyecta. Hay algo incómodo en cada pulsación. Puede que se deba a que no hay un ritmo claro, que vaya desde el juego hacia el jugador, sino que en cierta manera lo va creando el propio jugador por sí mismo. Este cambio, de experiencia diegética a extradiegética, mantiene el permio entre los reflejos y la capacidad de predecir el siguiente movimiento, pero añade un elemento de ansiedad de que va más allá de no acertar en el momento correcto con la pulsación exacta, pues requiere un reaprendizaje constante de las reglas de este extraño universo.

La otra pata sobre la que crece esta violencia rítmica es la representación de nuestras acciones dentro del título, pues realizar correctamente cada una de las combinaciones no obtendremos una respuesta emocional tranquilizadora, sino cargada de intensidad, la cual se siente a veces casi como una agresión a la propia representación de Thumper. No es por tanto la clásica representación de una prueba de habilidad que en base a nuestra pericia nos termine otorgando una puntuación más o menos alta, aunque esto también se encuentre aquí, sino que el concepto de juego rítmico deriva en un título de supervivencia en el que nunca tendremos muy claro si somos nosotros los que estamos sobreviviendo al universo de Thumper o él a nosotros.

La confianza de Drool en su propuesta y sus ganas de realizar un título que escape a los cánones del género tiene su máxima representación en la selección musical elegida. Antes de poner mis manos sobre el juego me preguntaba por qué tratándose de un título rítmico se estaba hablando tan poco de la música de Thumper. No sabía si sería posible incluir un listado externo o descargar nuevas pistas. En definitiva, buscaba otro Audiosurf con un escarabajo metalizado. La respuesta te la da el propio juego, pues la banda sonora se construye a través de una partitura que va modificándose, acortándose y alargándose según avanzamos. Una tormenta industrial que no teme descargar su ira a base de sintetizadores o moverse en una calma tensa que mí, al menos por momentos, me ha recordado a un Vangelis de bajona.

 

Lo demás es arcade del bueno. Del jodido. Del de “vamos a parar un rato porque quizás acabe reventando el mando contra la pared y esto vale un dinero”. Hay decenas de obstáculos, cada cual más envenenado que el anterior. Hay enemigos, por supuesto. Enemigos que atacan y a los cuales únicamente puedes golpear con una bolita que sale después de haber realizado una serie de combinaciones perfectas que pueden acabar con la paciencia de más de uno. Hay una curva de dificultad perfectamente medida para que creas que siempre te encuentras el borde del desastre, pero sin embargo avanzas un pasito más, y otro. La recompensa es más música, más violencia, más sentirte incómodo mientras lo disfrutas a demasiados niveles como para intentar explicarlo.

Thumper es sencillamente el mejor juego musical al que he jugado nunca. Lo es porque ha conseguido que dentro del género no me haya sentido como una cobaya que tenía que pulsar el botón rojo en el momento que se me indica para ganarme mi recompensa. Soy consciente de que eso es exactamente lo que hace, pero con la diferencia de que en esta ocasión tengo la sensación de que el ritmo me pertenece, que puedo hacer algo más que salivar cuando el científico de turno toque el silbato, como por ejemplo arrancarle la mano.