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Análisis: Cibele

Cibele
Cibele

Cibele

Crítica

Cibele es, como no podía ser de otra forma, un título muy, muy peculiar. Por un lado, probablemente sea uno de los videojuegos que mejor ilustra el torpón y vergonzoso amor romántico adolescente (si no el mejor), pero a la vez funciona como confesión, como autobiografía sentimental.

Se me hace complicado hablar de él. Quizás porque su propuesta no es tan convencional, quizás porque hay una tonelada de sentimientos volcados en la obra que enmarañan lo que quiero decir. Pero venga, voy a intentarlo.

Cibele vuelve a esa época en las que las comunidades de jugadores online eran «otra cosa». Durante el auge y efervescencia de los MMORPG, cuando se formaban comunidades que unían a gente de punta a punta del mundo y sus usuarios se volcaban en mundos virtuales. No quiero quedar de Boyero aquí, sé que esto sigue pasando, no se me enfaden. Pero indudablemente las comunidades se han diversificado, ya no hay noticias en la tele riéndose de quien se casa tras conocerse en el WoW y el mundo online ofrece aburridos y clónicos MOBAs y MMOFPS que son un coñazo (aquí sí voy de Boyero).

Digamos, más bien, que vuelve a los años en los que aún éramos inocentes en Internet.En Cibele encarnamos (o más bien observamos) a la propia Nina, que hace aquí un ejercicio de desnudo (casi literal) emocional muy valiente, y más sabiendo cómo está el mundo online con los tontitos del GamerGate.

Al acceder al juego entramos en un primer acto en el que es el escritorio de su ordenador. Allí podremos movernos libremente entre la poesía (adolescente y ñoña, como debe ser) que escribe, sus fotos, su correo y el propio fanart que dibuja.

Podemos permanecer cuanto queramos en esta simulación de la vida de Nina, en este «diario virtual», fisgoneando en su vida, abriendo los selfies que se ha sacado para el chico que está empezando a gustarle… Pero para avanzar, al igual que avanza su relación amorosa, deberemos pinchar sobre el icono del masivo online en el que trata con Ichi: un mundo online que es más real que el resto.El mundo de ValtameriEl mundo de Valtameri es casi más una excusa que otra cosa. Una vez nos adentremos en él, y en cuanto avance un pelín la historia, veremos que muchas de las cosas que hacen Nina e Ichi allí ya las han hecho mil veces. Jugarlo es más entrar y hablar, usarlo como forma de tender puentes de costa a costa de los Estados Unidos.

Como elemento más «jugable» del conjunto está claro su formato de excusa. Simplemente avanzamos por sus escenarios pastel atacando a enemigos que no se defienden, mientras asistimos las conversaciones entre los dos y vamos repasando el correo interno de la aplicación. No es obligatorio hacer esto último, pero ir leyéndolo y respondiendo es una forma fantástica de sumergirse un poco más en la espiral de relaciones que ha creado Nina a través de las partidas.

Con cada enemigo final derrotado avanzaremos un acto hasta el final (son tres), y siempre con un corte de imagen real en el que veremos cómo progresa la relación.
El grueso del peso, no obstante, está en todo lo demás. En los diálogos durante las sesiones de juego, en los ratos delante del escritorio espiando cuáles son las novedades entre actos a través de las poesías, los mensajes y las fotos…

Lo mejor son los diálogos, sobradamente. Es dificilísimo, cuando uno habla de amor, no caer en lo cursi, en el caramelo y el empalague. Y aquí todo surge con naturalidad, de una forma en la que cualquiera podría sentirse absolutamente identificado. Los más puretas seguramente los observaremos con la mirada un poco cansada y dándolos golpes en la frente al acordarnos de nosotros mismos, y los más jóvenes… pues no lo sé, sé que al menos yo me sentiría absolutamente identificado.Porque son absolutamente ridículos.

Y eso es maravilloso, ¿quién no lo ha sido tirando torpemente los tejos a la persona que le gusta? Ya sea en una triste discoteca de pueblo o en un entorno digital, ¿puede ligarse de otra forma cuando nunca se ha ligado? Las conversaciones tienen ese tono torpón, de coqueteo creciente y tontorrón, de inseguridad y miedo a lanzarse a la piscina…

Todo con una realidad y una ternura brutal, pero también el jugador, fuera de ese amor, será capaz de más o menos predecir lo que va a pasar: por un lado es casi quien experimenta lo que está pasando, pero su existencia como observador le hará ver también lo que no ve ninguno de los dos, ni Nina ni Ichi.El corazón de NinaAunque prácticamente es una autobiografía en formato digital, Cibele sabe tocar el corazón no sólo de su autora, sino de muchísima gente que a bien seguro ha pasado por lo mismo (¿quién no se ha enamorado? ¿quién no ha tenido, a día de hoy, una relación por Internet?). Sabe capturar por un lado esa ingenuidad que se va desgastando con el cinismo que quema a medida que la vida nos da golpes, y sabe hacerlo sin caer en clichés baratos.

Y no puede ser otra cosa que un videojuego. Su forma de narrar es propia, un diario experiencial que a día de hoy es impensable encontrar en otro medio cultural. La charla idiota sobre jugabilidad, los falsos purismos y los chicos en su casa del árbol tienen poco que hacer contra esto.
Me ha conmovido Cibele, la verdad. Quizá sea algo tramposo, porque es imposible no conmoverse al encontrar la relación con la propia vida del que lo «juega», pero ya ha hecho algo que otros muchos títulos no consiguen.

Sí, es un título corto (hora y media a lo sumo), no es rejugable y hace del jugador más un mirón que una parte activa en la acción. Y aún así es recomendable. Es inmensamente valiente, es tierno, es emocional y es honesto. Logra hablar del amor sin empalagar en un sector en el que estamos aún en pañales para esas historias, y más que un exorcismo de los propios demonios de Nina es un ejercicio de afecto, sin estridencias ni venganzas. Un precioso homenaje al primer (y casi siempre decepcionante) amor.

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